Lilypie Primer Ticker

lunes, 5 de noviembre de 2007

Memento Mori (Recuérdame al morir)

Perdurar hasta la eternidad…
Desde tiempos remotos el ser humano le agradado ser recordado, que su rostro personalizase, como en el caso de las máscaras del El Fayum, los bustos romanos que se exhibían en la Basílica hechos a partir de cera y de la impresión del rostro del difunto, o las esculturas sobre sepulcros; la morada y la vida eterna.

La fotografía, invento que revolucionó otras artes, también sirvió como salvoconducto para el mundo funerario, atrapando cuerpos inertes, sobretodo de niños y jóvenes, cosa de la tasa de mortandad de este colectivo en las postrimerías del siglo XIX.

Muchos bebés aparecían en actitud dormida, a otros incluso se les pintaban ojitos y mejillas sonrosadas, todo un abanico escatológico del que podría dedicar un post de maquillaje funerario.
Los más pequeños, también aparecían acunados por sus progenitores, con cara de "no pasar nada", o rodeados de hermanitos mayores, como si fuesen fotos familiares.
Y el culmen de mostrar una imagen lo más “viva” posible, era abrir las cuencas oculares con cucharillas de café y colocar las órbitas oculares en su sitio, unido esto a la rigidez post mortem debía ser tarea harto compleja.

Las jóvenes, cual Ofelias sin su Macbeth, yacían esperando ese beso que nunca llegaría a despertarlas. Todo esto aderezado de un romanticismo subyugante, y una fuerte creencia en las ciencias paranormales, pues según dicen la fotografía captura el alma del retratado.
En el momento, los retratos post mortem mezclaban la melancolía por el ser querido fallecido con el misterio de la muerte y la pervivencia en la “memoria física” del hogar.

También implicaban un acercamiento a los primeros momentos del nacimiento de la fotografía, había de quedarse muy quieto, muy quieto, para no salir borroso en la imagen, y los fotógrafos gustosos jugaban con esa baza. La fotografía tenía gran importancia en estos momentos, testigo del desarrollo humano, retrataba el nacimiento, la comunión, la boda, y la muerte, las cuatro etapas básicas de una persona o los ritos de paso.

Hoy se considera un tabú, fotografiar un cadáver de manera artística, incluso algunos lo tacharían con alguna desviación de tipo necrofílica, pero es bien cierto que se hacían, servían para recordar a la persona fallecida, pues, en muchas ocasiones era la única imagen que poseía la familia, que incluso llevaban el cadáver al estudio fotográfico para esa captura de imagen.
O bien, tiempo después durante finales de ese mismo siglo XIX, circulaban como tarjetas de visita para coleccionar.

1 comentario:

Lluís dijo...

Brrrrr, esgarrifós, jeje.
Sempre m'han produït una estranya mescla de fascinació i mal rollito eixes fotos, no m'estranya que les col·leccionaren.